-Somos socialistas. Esto significa que somos enemigos de la propiedad privada que desune a los hombres, los arma unos contra otros, crea una inconciliable rivalidad de intereses, miente pretendiendo ocultar o justificar este antagonismo y pervierte a los hombres con la mentira, la hipocresía y el odio.
Nosotros decimos: una sociedad que considera al hombre como un instrumento para enriquecerse, es antihumana, y nos es hostil; no podemos aceptar su moral, hipócrita y embustera. Su cinismo y su crueldad hacia la persona humana nos repugnan; queremos luchar, lucharemos contra todas las formas de servidumbre física y moral del hombre hacia semejante sociedad, contra todos los procedimientos, por medio de los cuales se le aplasta en provecho de la ambición.
Nosotros, obreros; nosotros, cuyo trabajo ha creado todo, desde las máquinas gigantescas hasta los juguetes de los niños; nosotros, a quienes se ha privado del derecho de luchar por nuestra dignidad humana, y cada uno se arroga el privilegio de hacer de nosotros instrumentos para alcanzar su objetivo, nosotros queremos ahora tener la libertad suficiente para que, con el tiempo, nos sea posible conquistar el poder. Nuestra consigna es sencilla: ¡abajo la propiedad privada! Todos los medios de producción para el pueblo. Todo el poder para el pueblo. Trabajo obligatorio para todos. Podéis ver que no somos sediciosos.
-Se lo ruego, aténgase a los hechos -dijo el Presidente con voz fuerte y clara.
Se había vuelto hacia Paul y lo miraba. Pareció a la madre que sus ojos mortecinos brillaban con un fulgor malvado y ávido. Todos los jueces miraban al joven con ojos que parecían pegarse a su rostro, adherirse a su cuerpo para chuparle la sangre y reanimar con ella su caduco organismo. El, erguido en toda su altura, se mantenía firme y seguro, tendía el brazo hacia ellos, y con su voz precisa, sin gritar, decía:
-Somos revolucionarios, y lo seremos mientras unos no hagan sino mandar y los otros sino trabajar. Lucharemos contra la sociedad que os ha ordenado defender sus intereses, y de la que somos adversarios irreductibles, como lo somos de vosotros. La reconciliación no será posible mientras no hayamos vencido. ¡Y los obreros, venceremos! Vuestros mandatarios están muy lejos de ser tan fuertes como se figuran. Los bienes que amasan y protegen, sacrificando a los millones de seres que han esclavizado, esta misma fuerza que les da poder sobre nosotros, provocan entre ellos roces y antagonismos, y los arruinan física y moralmente.
La propiedad exige una tensión demasiado grande para su defensa, y en realidad, vosotros, nuestros amos, sois más esclavos que nosotros, que sólo lo somos corporalmente, mientras vosotros lo sois en el espíritu. No podéis liberaros del yugo de las convenciones y costumbres que os matan moralmente.
En nosotros nada impide la libertad interior, y los venenos con que nos intoxicáis son más débiles que los contravenenos que vosotros mismos, sin proponéroslo, vertéis en nuestra conciencia. Esta conciencia crece, desarrollándose incesantemente, se enciende más cada vez, y arrastra consigo todo lo que hay de mejor y más moralmente sano, incluso en vuestra clase... No tenéis ya a nadie que pueda luchar ideológicamente en nombre de vuestro poder; habéis agotado ya todos los argumentos capaces de protegeros contra el asalto de la justicia histórica; no podéis crear nada nuevo en el dominio de las ideas; sois intelectualmente estériles.
Nuestras ideas progresan en claridad, se apoderan de la masa del pueblo y la organizan con vistas a la lucha por la libertad. La conciencia de la gran misión de la clase obrera une a todos los trabajadores del mundo en una sola alma, y no podéis detener el proceso de renovación de la vida, más que con la crueldad y el cinismo. Pero el cinismo es patente y la crueldad engendra la cólera. Y las manos que hoy nos estrangulan, estrecharán muy pronto las nuestras en fraternal saludo. Vuestra energía es la energía mecánica del aumento del oro, y os une en grupos condenados a devorarse mutuamente. Nuestra energía es la fuerza viva de la conciencia, siempre creciente de la solidaridad entre todos los obreros.
Todo lo que hacéis es criminal, porque sólo va encaminado a esclavizar a los hombres. Nuestra labor liberará al mundo de los fantasmas y los monstruos engendrados por vuestra mentira, vuestro odio, vuestra avaricia, y destinados a aterrar al pueblo. Habéis arrancado el hombre a la vida y lo habéis aplastado. El socialismo agrupa a todo el universo destruido por vosotros en un solo ser grandioso, y triunfará.
Paul se detuvo un instante, y repitió más suavemente, pero con mayor fuerza:
-¡Y triunfará!
Los jueces murmuraban entre sí con extrañas muecas, sin separar de Paul sus ojos inquietos, y la madre tenía la impresión de que aquellas miradas manchaban el cuerpo flexible y sólido de su hijo, envidiándole la salud, la fuerza, la juventud. Los acusados escuchaban atentamente las palabras de su camarada, pálidos los rostros y brillantes de alegría los ojos. La madre bebía las frases de su hijo. Largos párrafos se grababan en su memoria. Varias veces, el viejecillo detuvo a Paul explicándole algo; incluso una vez sonrió con tristeza. Paul lo escuchaba en silencio, y luego continuaba con voz severa pero tranquila, dominando la atención de los jueces, cuya voluntad sometía a la suya.
Por fin, el viejecillo empezó a gritar, extendiendo la mano hacia Paul. Por toda respuesta, éste dijo con tono levemente irónico: -Termino. No quiero ofenderos personalmente, antes al contrario, debiendo asistir por fuerza a esta comedia que llamáis juicio, siento casi compasión por vosotros. A pesar de todo, sois seres humanos, y siempre es penoso ver a nadie, por muy hostil que sea a nuestro objetivo, descender de modo tan vil al servicio de la represión, perder hasta tal punto la conciencia de su dignidad de hombres.
Nosotros decimos: una sociedad que considera al hombre como un instrumento para enriquecerse, es antihumana, y nos es hostil; no podemos aceptar su moral, hipócrita y embustera. Su cinismo y su crueldad hacia la persona humana nos repugnan; queremos luchar, lucharemos contra todas las formas de servidumbre física y moral del hombre hacia semejante sociedad, contra todos los procedimientos, por medio de los cuales se le aplasta en provecho de la ambición.
Nosotros, obreros; nosotros, cuyo trabajo ha creado todo, desde las máquinas gigantescas hasta los juguetes de los niños; nosotros, a quienes se ha privado del derecho de luchar por nuestra dignidad humana, y cada uno se arroga el privilegio de hacer de nosotros instrumentos para alcanzar su objetivo, nosotros queremos ahora tener la libertad suficiente para que, con el tiempo, nos sea posible conquistar el poder. Nuestra consigna es sencilla: ¡abajo la propiedad privada! Todos los medios de producción para el pueblo. Todo el poder para el pueblo. Trabajo obligatorio para todos. Podéis ver que no somos sediciosos.
-Se lo ruego, aténgase a los hechos -dijo el Presidente con voz fuerte y clara.
Se había vuelto hacia Paul y lo miraba. Pareció a la madre que sus ojos mortecinos brillaban con un fulgor malvado y ávido. Todos los jueces miraban al joven con ojos que parecían pegarse a su rostro, adherirse a su cuerpo para chuparle la sangre y reanimar con ella su caduco organismo. El, erguido en toda su altura, se mantenía firme y seguro, tendía el brazo hacia ellos, y con su voz precisa, sin gritar, decía:
-Somos revolucionarios, y lo seremos mientras unos no hagan sino mandar y los otros sino trabajar. Lucharemos contra la sociedad que os ha ordenado defender sus intereses, y de la que somos adversarios irreductibles, como lo somos de vosotros. La reconciliación no será posible mientras no hayamos vencido. ¡Y los obreros, venceremos! Vuestros mandatarios están muy lejos de ser tan fuertes como se figuran. Los bienes que amasan y protegen, sacrificando a los millones de seres que han esclavizado, esta misma fuerza que les da poder sobre nosotros, provocan entre ellos roces y antagonismos, y los arruinan física y moralmente.
La propiedad exige una tensión demasiado grande para su defensa, y en realidad, vosotros, nuestros amos, sois más esclavos que nosotros, que sólo lo somos corporalmente, mientras vosotros lo sois en el espíritu. No podéis liberaros del yugo de las convenciones y costumbres que os matan moralmente.
En nosotros nada impide la libertad interior, y los venenos con que nos intoxicáis son más débiles que los contravenenos que vosotros mismos, sin proponéroslo, vertéis en nuestra conciencia. Esta conciencia crece, desarrollándose incesantemente, se enciende más cada vez, y arrastra consigo todo lo que hay de mejor y más moralmente sano, incluso en vuestra clase... No tenéis ya a nadie que pueda luchar ideológicamente en nombre de vuestro poder; habéis agotado ya todos los argumentos capaces de protegeros contra el asalto de la justicia histórica; no podéis crear nada nuevo en el dominio de las ideas; sois intelectualmente estériles.
Nuestras ideas progresan en claridad, se apoderan de la masa del pueblo y la organizan con vistas a la lucha por la libertad. La conciencia de la gran misión de la clase obrera une a todos los trabajadores del mundo en una sola alma, y no podéis detener el proceso de renovación de la vida, más que con la crueldad y el cinismo. Pero el cinismo es patente y la crueldad engendra la cólera. Y las manos que hoy nos estrangulan, estrecharán muy pronto las nuestras en fraternal saludo. Vuestra energía es la energía mecánica del aumento del oro, y os une en grupos condenados a devorarse mutuamente. Nuestra energía es la fuerza viva de la conciencia, siempre creciente de la solidaridad entre todos los obreros.
Todo lo que hacéis es criminal, porque sólo va encaminado a esclavizar a los hombres. Nuestra labor liberará al mundo de los fantasmas y los monstruos engendrados por vuestra mentira, vuestro odio, vuestra avaricia, y destinados a aterrar al pueblo. Habéis arrancado el hombre a la vida y lo habéis aplastado. El socialismo agrupa a todo el universo destruido por vosotros en un solo ser grandioso, y triunfará.
Paul se detuvo un instante, y repitió más suavemente, pero con mayor fuerza:
-¡Y triunfará!
Los jueces murmuraban entre sí con extrañas muecas, sin separar de Paul sus ojos inquietos, y la madre tenía la impresión de que aquellas miradas manchaban el cuerpo flexible y sólido de su hijo, envidiándole la salud, la fuerza, la juventud. Los acusados escuchaban atentamente las palabras de su camarada, pálidos los rostros y brillantes de alegría los ojos. La madre bebía las frases de su hijo. Largos párrafos se grababan en su memoria. Varias veces, el viejecillo detuvo a Paul explicándole algo; incluso una vez sonrió con tristeza. Paul lo escuchaba en silencio, y luego continuaba con voz severa pero tranquila, dominando la atención de los jueces, cuya voluntad sometía a la suya.
Por fin, el viejecillo empezó a gritar, extendiendo la mano hacia Paul. Por toda respuesta, éste dijo con tono levemente irónico: -Termino. No quiero ofenderos personalmente, antes al contrario, debiendo asistir por fuerza a esta comedia que llamáis juicio, siento casi compasión por vosotros. A pesar de todo, sois seres humanos, y siempre es penoso ver a nadie, por muy hostil que sea a nuestro objetivo, descender de modo tan vil al servicio de la represión, perder hasta tal punto la conciencia de su dignidad de hombres.
1 comentario:
Hola Ramón, solidariamente te estoy retribuyendo la visita que que efectuastes al blog que me sirve de distracción mientras Marcos sale a trabajar, en realidad hubiese preferido hablar con Fidel, pero en vista de las circunstancias estoy hablando contigo. No he tenido el tiempo de navegar tus blogs en profundidad, pero lo que he tenido oportunidad de ver me ha complacido y me parece muy interesante, al punto que debo pedirte autorización para publicar algunas de las cosas que tu has posteado.
Un gran abrazo revolucionario de tu amigo Moliere,
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