Desde abril del 2004 hasta hasta finales de julio, si mal no recuerdo, estuve hospitalizado en dos centros de la Caja de Seguro Social.
En el salón de intensivos -dónde según el doctor yo era el que peor estado presentaba entre los pacientes, a pesar que nunca escuche señales de vida en las camas alrededor- añoraba una Coca Cola de esas que parece que te queman la garganta del frío. Hasta en esos sitios se extiende la propaganda y el consumo.
Cuando subí a la Sala de Neuro lo primero que pedí fueron libros. Papá me llevó uno de Sociología y los 12 Cuentos Peregrinos de García Márquez. También me llevó un espejo, tenía ansias de verme la cara tras casi 15 días de no hacerlo.
Al instalarme en el geriátrico -para recibir terapia- después de muchas dudas, mandé a llamar una estatuilla del Cristo Negro de Portobelo. Es de la última vez que fuí, 21 de octubre de 2003.
No niego ni afirmo nada hasta que no tenga pruebas. Trato siempre de hacer lo que como ser humano me corresponde de acuerdo a mi conciencia. No sé de iglesias ni me paso el día pensando en la posibilidad de fuerzas extrañas. No es mi tarea, no es fundamental.
Creo que voy desde 1998 -este año pienso volver- cuando fui a "turistear" por invitación del cura de la iglesia de mi barriada, con quién tratamos de hacer actividades de verano para niños de barrios marginales cercanos. Todos los años siguientes estuve presente en Portobelo.
No asisto por cuestiones de fe, sino por conciencia de clase. Si todos los que estamos en ese pueblo ese día, dedicásemos la mitad de la fuerza y la ilusión depositada en caminatas, penas, velas, oraciones, lágrimas, sudor... en hacer realidad nuestras esperanzas con nuestras manos y cerebros, cuántas cosas necesarias ya hubiésemos conseguido por métodos terrenales, tangibles, posibles.
Cuando la imagen está por salir de la iglesia en procesión, una música de gran fuerza estremece toda la estructura y con ella a todos los presentes. Es una explosión de la cual nadie, por muy materialista, objetivo, amigo de Carlitos Marx, lo que sea, puede escapar por el simple hecho que somos humanos y la sangre caliente corre por nuestras venas.
3 pasos adelante, 2 pasos hacia atrás, al compás siempre y de izquierda a derecha, 20 hombres o más cargando un enorme peso, pidiendo o agradeciendo. Por días estuve escuchando el sonido. Pedí que lo llevaran.
Hay un dicho: "Yo no creo en brujas. Pero de que las hay, las hay". Un día prometí que si me levantaba de la cama -llegué a mover sólo del cuello para arriba y ese era el pronóstico- seguiría estudiando lo que ya había empezado, derecho, sin prestarme a las porquerías que en nombre de la ley maltratan el ideal de justicia.
Hoy sigo haciendo terapias como desde hace ya casi 3 años, la mano del doctor Sánchez Cárdenas hizo magia con mi médula espinal, he perdido la cuenta de los fisioterapistas que me han ayudado. Pero uno al fin y al cabo no sabe ni por qué está aquí, ni por qué sigue aquí, ni cuándo ni por qué se va, como tantos de mis vecinos de cama que vi partir.
No lo niego, este pueblo del cual soy parte tiene cosas que me desesperan, pero aquí nací. En un pequeño espacio de la gran nación que un día recuperará la Florida, Nuevo Méjico, California, todo lo arrebatado, desde el Río Grande hasta el Cabo de Hornos, de la Sierra Maestra a la Cordillera de los Andes. Pertenezco a este pueblo enorme con sus virtudes y defectos que desafiando la historia occidental, lleva más de 500 años de resistencia sin haber podido jamás ser conquistado. Sin haber sido vencido.
Soy un pequeño grano de tierra buscando tareas para seguir cumpliendo una palabra. No puedo, ni quiero, dejar de ser lo que soy.
Por qué escribimos, Roque Dalton
Uno hace versos y ama
la extraña risa de los niños,
el subsuelo del hombre
que en las ciudades ácidas disfraza su leyenda,
la instauración de la alegría
que profetiza el humo de las fábricas.
Uno tiene en las manos un pequeño país,
horribles fechas,
muertos como cuchillos exigentes,
obispos venenosos,
inmensos jóvenes de pie
sin más edad que la esperanza,
rebeldes panaderas con más poder que un lirio,
sastres como la vida,
páginas, novias,
esporádico pan, hijos enfermos,
abogados traidores
nietos de la sentencia y lo que fueron,
bodas desperdiciadas de impotente varón,
madre, pupilas, puentes,
rotas fotografías y programas.
horribles fechas,
muertos como cuchillos exigentes,
obispos venenosos,
inmensos jóvenes de pie
sin más edad que la esperanza,
rebeldes panaderas con más poder que un lirio,
sastres como la vida,
páginas, novias,
esporádico pan, hijos enfermos,
abogados traidores
nietos de la sentencia y lo que fueron,
bodas desperdiciadas de impotente varón,
madre, pupilas, puentes,
rotas fotografías y programas.
Uno se va a morir,
mañana,
un año,
un mes sin pétalos dormidos;
disperso va a quedar bajo la tierra
y vendrán nuevos hombres
pidiendo panoramas.
Preguntarán qué fuimos,
quienes con llamas puras les antecedieron,
a quienes maldecir con el recuerdo.
Bien.
Eso hacemos:
custodiamos para ellos el tiempo que nos toca.
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